Mis padres

Ahora que me encuentro escuchando el disco de Nico "Innocent and vain", me ha venido a la cabeza algo de lo que no me gusta hablar, pero no puedo dejar pasar si alguien quiere entender el libro, que ha sufrido una espacie de "censura" y es importante reseñar para quien lo lea, así como para que entiendan la historia que les voy a relatar a continuación. Todos estos son recuerdos lejanos que de una forma inconsciente se quedan clavados en la mente y me apremian porque quieren salir.

Mi padre, no se puede hablar mal de él, era una gran persona. Un hombre bajito, medio calvo, con gafas y bigote que le daba un cierto aire a un actor de cine, si mi memoria no me falla, creo que a Jose Luís López Vázquez y otro medio aire a Francisco Franco. Tenía una gran visión para los "negocios" y una pésima visión para la familia. Podría decirse que en casa del herrero cuchara de palo, o como dicen en algunas zonas de Andalucía, era de la Virgen del Puño.

Cuando tenía apenas cinco años no entendía a qué venían a casa cartas sin franqueo de otra mujer casi a diario y llamadas a la hora de comer, generalmente antes, o a horas intempestivas durante el día, la tarde y la noche, ni a qué se debían los retrasos para hacer el arroz del sábado a medio día, que siempre lo hacía mi madre al final, una gran cocinera, y había que tapar su ración con un plato porque una vez que terminaba su jornada de trabajo siempre tardaba una hora aproximadamente en llegar a casa.

Tampoco cabe en la cabeza de una niña ver a su madre esconderse en la habitación para limpiarse las lágrimas de vez en cuando y rezar el rosario a diario. Quizá pensaba que Dios iba a hacer algo por cambiar esa situación, pero Dios andaba demasiado entretenido jugando a las cartas con San Pedro a las Puertas del Cielo y revisando las miles y miles de peticiones que no cesaban de llegar.

Tampoco entendía por qué no podíamos salir los fines de semana por la tarde y los domingos después de misa, a tomar un vermut, un agua con gas o un refresco y yo una limonada mientras leía un tebeo  de Zipi y Zape o Mortadelo y Filemón, a la hora normal porque siempre estaba la sombra de una mujer que nos seguía a todos lados, con la que tras muchos de dolor años hice una especie de pacto de "no odio", y salíamos más tarde de lo habitual.

Ni comprendía ese caracter hermético y celoso de su intimidad cuando siempre había sido su ojito derecho desde bien pequeña. Ni por qué me regaló un reloj de oro con trece años que acabó perdido una Noche Vieja, el único día que me lo puse, a los dieciocho años.

Tampoco comprendía hace unos ocho o nueve años atrás, porqué se juntó con una secta, que aquí sí voy a nombrar, el OPUS DEI, y las discusiones fueron en aumento, al igual que el estrés y la ansiedad, mientras la economía bajaba. Este es un tema que tocaré más adelante.

Mas tarde entendí o no entendí o simplemente no conseguí entender, en medio de una tregua durante una discusión, él y yo siempre andábamos discutiendo, cuando me dijo textualmente: "los hombres de negocios siempre tienen amantes". Me quedé perpleja.

Claro, y no es ninguna justificación ni le exculpo de sus errores, él se había criado en un ambiente campestre, muy de pueblo, había trabajado muy duro desde los 14 años y su padre, mi abuelo, que nunca me quiso por mi condición de hija adoptada, era un machista redomado para quien las mujeres no valían ni un cero a la izquierda. He de decir en su defensa, que jamas le puso a mi madre un dedo encima, sólo era un poco como mi abuelo.

Lo que nos transmiten nuestros padres no tiene por qué afectar a nuestra personalidad, sin embargo es más probable que esto suceda, a lo contrario.

Y eso fue lo que pasó. Porque mi padre era en el fondo un hombre excelente, bueno, cariñoso, al que le encantaban los niños, muy amigo de sus amigos y un trabajador de los que ya no quedan. Tenía un gran corazón, me quería con locura, a su manera, tal y como su padre le había querido a él, sin muestra ninguna de afecto y tratándole poco menos que como a un esclavo, aunque no supo nunca demostrarlo... hasta que le diagnosticaron un cáncer tipo dos de garganta que acabó en apenas tres años con su vida.

Hace cuatro años que murió y esto lo recuerdo con cierta lejanía y sin rencor. Es muy malo recordar a un padre con rencor u odio ya que tuve una excelsa educación pese a todo lo que pasaba a mi alrededor

Pero agua pasada no mueve molino, o eso dicen. Las familias no son perfectas. No obstante marcó una parte importante de mi vida. Una vida que pasé de psicólogo en psicólogo, diagnóstico tras diagnostico, todos ellos errados ya que nunca me fié de los psicólogos y mucho menos de los psiquiatras y por tanto nunca les conté esta historia o se la contaba muy descafeinada, y como fui un conejillo de indias probando tal que cual medicación a las que a día de hoy soy dicta, por mi permanente y querido insomnio.

Mi madre, ¿qué decir de mi madre? Todos dicen que era una santa y no lo niego (murió hace catorce o quince años a causa de un cáncer de mama que hizo metástasis a los huesos y anduvo así unos cinco años aproximadamente peleándose con él) no era tampoco ninguna santa, aunque si era una gran mujer. Era buena, cariñosa, atenta, educada, nunca levantaba la voz, tenía mucho estilo, era una mujer bellísima, tanto por dentro como por fuera y siempre estaba cuando la necesitaba.

Y digo que no era ninguna santa, porque pese a todas las virtudes de las madres y todo lo que tuvo que aguantar conmigo, que de rebelde me quedaba corta, tuvo un papel importante en la decisión de alejarme de mi hermano, algo que descubrí hace un año más o menos. Católica, Apostólica y Romana, criada en un buen colegio y de la Hijas de María. No era de misa diaria, pero tampoco le resto que fuese un poco beata y especialmente creyente. A su manera. A su muerte dejé de asistir a misa y de tragarme los sermones. No soy atea: leo la Biblia, la Torá, el Corán y cualquier libro sobre religión que caiga en mis manos. Ni agnóstica. Simplemente soy extremada e irresponsablemente curiosa.

De mi madre tengo un buen recuerdo, aunque muchas cosas se van borrando con el tiempo y de mi padre tengo un recuerdo, no digamos bueno ni malo, sino agradable y perturbador en cierta manera. Y de ambos tengo un recuerdo, como decía en líneas anteriores,  muy lejano.

En fin. Ahora me pregunto: ¿hacía falta contar todo esto?,  ¿escarbar en la memoria y desangrar las entrañas?, ¿ abrir de nuevo heridas que ya estaban cicatrizadas? No tengo una respuesta a esa pregunta. Tal vez no hacia falta, pero sí era necesario.

Aunque hay cosas que es mejor contar en lugar de tragárselas y a quien se las cuentes es mejor que no sepa hablar.


Comentarios

Entradas populares de este blog

INFORMACIÓN RELEVANTE

Alejandro, Lucía, el suicidio y el absurdo existencial. "El viejo Salamano"

El exilio